“Señor de los Milagros, a Ti venimos en procesión tus fieles devotos, a implorar tu bendición”; era lo que las sahumadoras cantaban delante de la imagen del Cristo Moreno, y esa sería la única canción que llegaría escuchar durante todo el recorrido. Recorrido en el cual sentiría o viviría una experiencia que nunca antes me había pasado, y que no se si vuelva a pasar.
Aquel miércoles no fue muy alentador venía de un intensa pichanga con la gente del barrio, regresamos prácticamente callados y algo me dijo que por la mente de todos nosotros pasaba la misma frase “Jugamos como nunca, perdimos como siempre”, bueno eso es lo que supongo. Es que desde hace ya tiempo que no le ganamos a la gente de la 20 y no es que seamos malos, sino que en los minutos finales nos desconcentramos y en esas fracciones de segundo siempre nos hacen los goles.
Ya en casa, después de aquel desalentador partido solo tenía algo en mente, y eso era descansar porque sentía un dolor en todo el cuerpo que no se imaginan, pero ese dolor de cuerpo no sería nada comparado con el dolor que te deja el recorrido de la procesión.
Antes de darme un duchazo para relajarme, mis primos me dijeron para ir a la procesión, invitación a la cual accedí, sin siquiera importarme el gran dolor que sentía en el cuerpo; creo que les dije que sí, porque tal vez sería una experiencia interesante y no sé, si se me presentaría una oportunidad así en mucho tiempo, además, de repente podía usar la procesión como un tema en la crónica que el profe Gamonal dejó de tarea, aunque yo quería hacerla sobre el partido de Alianza vs los pavos de Cristal pero no se pudo.
Hacía demasiado frío, así que salí de casa lo más abrigado posible un polo de manga corta, uno de manga larga y una polera bastarían para calmar el frío. Pero estar tan abrigado no fue una muy buena idea, porque con tantísima ropa dentro de ese mar de gente en la procesión es lo peor, te mueres de calor, a lo mejor decir mar de gente se podría cambiar por mar de calor.
Ya en la procesión lo que uno se propone lograr es acercarse lo más cerca posible que pueda a la imagen sagrada de Cristo. Pero para esto debes de ir entrando en los espacios que deja la gente al caminar en ese paso uniforme, el cual para buena suerte mía, mi prima supo aprovechar muy bien y que nos permitió estar a pocos metros de la imagen muy rápidamente.
Mientras más vas entrando a ese tumulto el aire se va acabando y es más difícil respirar, eso implica que el cuerpo comience a votar ese líquido que emana llamado sudor, y que con el poco aire que hay, forman una combinación mortífera para la mayoría de personas ahí dentro. En pocas palabras hay personas que huelen a algún animal muerto, o a alguna verdura que genera en nuestros ojos la aparición de lágrimas. En ese momento y hasta ahora comparto la misma opinión de una de mis primas, “que aunque sea por ese día que van a la venerar la imagen del Señor”, deberían de asearse mejor y así evitarle a muchas personas que estén oliendo sus desagradables hedores.
Como mencione antes el aire es lo que falta con tanta gente, ahora puedo comprender a los claustrofóbicos; y precisamente el aire le comenzó a faltar a mi tía que se encontraba entre mi primo y yo, y es que tan apiñados nos encontrábamos ella se comenzó a sentir mal, así que lo único que pude hacerle a mi tía un campito con mis brazos para que pueda respirar. Aunque ese campito no le sirvió de mucho y tuvo que salir del tumulto alejándose de nosotros hasta el fin de la procesión y dejar de ver de cerca de la imagen del Señor de los Milagros, a pesar que con mi codo izquierdo asfixie a tres personas distintas, fue en vano la idea del campito.
Ver a los ambulantes y todo lo que ocurrió en la procesión antes de mi llegada, hubiese sido bueno para esta crónica. Pero no fue así, porque a la procesión llegue a las doce y media de la noche a los únicos que pude ver fue a los vendedores de globos, por ningún otro lado pude ver a algún vendedor ambulante.
A cinco metros de mí se encontraba la imagen del Señor de los Milagros, la contemplé fijamente cuando hizo una parada, por mi mente pasaron muchas cosas, aparecieron sentimientos que hace mucho nos sentía y una sensación de cambio en mí; fue ahí que me di cuenta que ya estábamos a punto de llegar a la iglesia de la Nazarenas. En el trayecto restante la imagen paro varias veces y todos los cargadores de las andas de las hermandades iban rotando; no recuerdo si en cada anda había 10 cargadores. Lo que sí recuerdo es que los de la hermandad del Señor nos empujaban constante mente, para que no nos pegáramos mucho a la imagen; porque al ir avanzando del lado de la procesión en que me encontraba, la gente de la derecha va empujando hacia la izquierda para estar más cerca de la imagen, y la gente de la izquierda hacia la derecha para no chocar con los cargadores.
Al ir entrando la imagen a la iglesia de la Nazarenas, la gente comienza a orar, muchos alzan los brazos y otros comienzan a llorar. Una gran lluvia de fuegos artificiales va señalando el fin de la procesión, en la fría madrugada por la calle Tacna. Los devotos se van alejando en grupos a sus moradas, donde pasaran el resto de la noche descansando, esperando levantarse con nuevas esperanzas. Por mi parte me voy alejando de aquel lugar no sólo con nuevas esperanzas, sino también con un dolor de cuerpo indescriptible, lo único que quiero hacer es llegar a casa, echarme en la cama y no levantarme en un buen tiempo. No recuerdo nada del trayecto de las Nazarenas a mi cama.